Fue ese día,
en el que mis ojos se enredaron en los suyos,
en el que
todas las direcciones que quería seguir
desaparecieron
de mi cabeza.
Pero claro,
las brújulas aún marcan el norte
porque no
conocen su cintura.
Nunca me
había gustado la poesía,
pero tenía
ganas de escribírsela.
“de mi boca
a tus piernas sin transbordos por favor”
Es todo lo
que me salía decir.
Y normal.
Hay tanta
poesía en sus manos
que no
entiendo como alguien puede seguir hilando versos.
No eras
magia niño,
eras un
milagro.
Hasta tu
destrucción era bonita.
Cada paso de
tu mano era una meta cumplida
un pasado
diluido
un futuro.
Algo que
nunca pensé que tendría
Pero cuando
sonreía,
hasta los
relojes perdían el tiempo para mirarle.
Entonces me
di cuenta de que la teoría de la relatividad
debería
girar en torno a tus caderas,
de que no
respondías a ninguna ley física
más allá de
la química de tu cuerpo sobre el mio.
Eso era
fácil.
La vida era
fácil.
Los
difíciles éramos nosotros.
Ni la
medicina conseguía encasillarnos.
Decían que
éramos imposibles
Pero a mí,
se me caía la piel a tiras si no te tocaba,
y a ti, se
te caían los labios si no era mi nombre el que gritabas.
Teníamos una
cama de matrimonio de 60 centímetros,
era nuestra
excusa para dormir uno encima de otro.
Nos llamaban
locos,
y puede que
tuvieran razón.
No creo que
los cuerdos sean capaces de amar tan temerariamente
Nos pasábamos
las noches creando la poesía más bonita del mundo.
Por la
mañana, se alejaba dándome la espalda.
Ninguna
mañana que empezara mirando su culo
podía ser
mala.
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