Nunca me ha
gustado hacer metáforas con el verbo llorar. Que una persona esté tan llena de
complejos, rabia e impotencia que necesite desbordarlos por algún lado, es
demasiado serio como para jugar con ello. Además, desborda por los ojos, el
último resquicio de nuestra alma. Demasiado serio, desde luego.
Lo peor no
es llorar, es el por qué lo has hecho y la sensación que te queda después.
Cuando lloras por una persona, al menos puedes decirla todo lo que se te pasa
por la cabeza, y gritas, y te enfadas, y le insultas. Y al menos consigues
desahogarte a la vez que te desbordas. El problema es cuando esa persona se va,
por ti o por ella, para siempre o por un
rato. Te quedas sola. Entonces surgen esas lágrimas que te desgarran por
dentro, esas lágrimas que brotan porque no tienes nada mejor que hacer que
llorar. No tienes nadie a quien reclamarle excepto a ti. Te entra esa sensación
de impotencia y es que realmente no puedes hacer nada. Las cosas han salido así
y ya no puedes cambiarlas, solo puedes desbordarte y esperar a que alguien le eche
un chaleco salvavidas a tu propia desesperación.
Mirarse en
el espejo después es horrible. A penas te reconoces a ti mismo, como si la pena
te hubiera transformado en alguien frágil y bobo. Y de verdad te sientes así,
frágil, bobo e impotente. La impotencia es de lo peor, en serio. Tienes los
ojos hinchados como dos pelotas de billar (podría ser más fina, pero así lo
decía mi madre así que a mí me parece tierno) y están rojos como tus mofletes,
como si la fuerza que hay dentro de ti se hubiera refugiado solo ahí y esté
esperando para salir. Seguramente también tus labios estarán abultados,
resecos y desgarrados. Si eres como yo,
y tienes la costumbre de morderlos, quizás también estén manchados de sangre.
Pero no te preocupes, sangre nos sobra, peor sería que estuviéramos derramando
amor. Necesitarán muchos besos para sanar.
A lo mejor también tienes los nudillos desgarrados de mordértelos y
darle puñetazos a la pared, o los dedos ensangrentados y desiguales porque te
has comido y tirado todas las uñas de tus manos. En realidad, hay miles de
manías para cuando uno llora y cada uno elige la suya. Como si no fuera
suficiente desbordarse por los ojos y hubiera que hacerlo por todos lados.
Si cuando
empezaste a llorar era de día, posiblemente será uno de los peores de tu vida.
Estarás arisco, huraño y te encerrarás en tu habitación a intervalos. Porque
esa es otra, el llanto no es un sprint, no viene todo seguido durante un par de
horas y se va. Es más bien una carrera de fondo en la que hay que descansar
cada pocos metros. Siempre he pensado que lo de llorar a ráfagas es porque
nuestro cuerpo necesita descansar de tanta tristeza, llenarse de nuevo, y
volver a desbordarla. Como si no pudiera hacerlo todo de una vez. Si era de
noche posiblemente pases la noche en vela pensando, aunque con los ojos
cerrados, porque todos sabemos lo que duelen los ojos después de llorar durante
un rato. Yo, cuando lloro, siempre pido quedarme dormida cuanto antes aunque
solo sea por el cansancio acumulado en mis ojos, que mis párpados caigan por
exceso de pena. Eso es lo que os deseo a vosotros también.
Pero siempre
hay un día siguiente. Y ni a mi mejor enemigo le desearía que despertase como
se despierta después de un día y una noche de desesperación. A mí se me hincha
la cara, y tengo que pasar quince minutos echándome esa mierda de maquillaje
que odio pero que al menos se convierte en una máscara decente. Todos seguimos
con los ojos hinchados, rojos y más pequeños. Y duelen, joder, parece que
tienes agujas cada vez que bajas los párpados
o cada vez que los subes o cuando los dejas quietos. Todo le duele a tus
ojos, igual que todo lo que pase en ese día te dolerá a ti. Estáis igual de
sensibles. Los que tengáis que poneros lentillas porque como yo, no veis una
mierda, sabréis lo que es el verdadero dolor. Los labios estarán aún más secos,
posiblemente os los hayáis mordido en sueños, aunque la sangre habrá
desaparecido. Solo quedan pequeñas costras que no tardaréis en arrancar. Puede
que también os duelan los nudillos porque ayer los convertisteis en el centro
de vuestra frustración, o los dedos si os arrancasteis las uñas con los
dientes. Todo esto, como ya hemos dicho antes, depende de la manía de cada uno.
Quizás también tengáis la mente embotada, confusa y seáis incapaces de hilar un
pensamiento con otro. Curiosamente este es el mismo efecto secundario de una
noche de pasión. Que puta ironía. Qué vida más puta en general.
A mí, me da
por escribir gilipolleces como esta. Y
lo único que acierto a pensar, es que después de soltar esta parrafada no sé
porque cuando alguien está triste llora. Si habrá una razón médica o biológica,
o si solo necesitamos desbordar por algún lado.