Eso no se
hace,
Eso no se
toca,
Eso no se
come.
Es todo lo
que hemos oído desde pequeñas.
Que teníamos
que aprender a ser princesas
A ser
precavidas con los hombres
A perder por
definición
A perdernos
entre convencionalismos
Que la
cabeza baja y la falda larga es lo que se espera de nosotras.
Que somos
demasiado frágiles como para dar el primer paso
Y que de
hecho, siempre debemos ir unos cuantos por detrás.
Porque si
no, puede que nos caigamos de los tacones
Y no haya
nadie para pararnos el golpe.
Hasta que un
día, nos damos cuenta de que las princesas no son felices:
Que eso de
esperar al príncipe encantador entre flores no es lo nuestro.
Que somos
más de buscarnos a nosotras mismas entre las páginas de un libro
Y de liderar
todas las revoluciones.
Y que a la
mierda los tacones,
Que no hay
nada como bailar en converse,
Bajo la
lluvia,
Mojadas,
Indiscretas.
Nuestras.
Total ¿Quién
quiere un caballo teniendo metro?
¿Quién un príncipe teniendo poetas?
¿Quién quiere amor teniendo poesía?
Solitas
aprendimos que también podemos ganar,
Que la vida
se vive mejor sin chaleco antibalas,
Sin spray
anti violadores (pero con espray anti-gilipollas)
A cara
descubierta ante la vida,
Luciendo
ojeras, poros y pestañas pequeñas.
Al fin y al
cabo el maquillaje no es más que otro convencionalismo
De esos que
hemos aprendido a mandar a la mierda
Y que digan
lo que quieran, que nosotras vamos a caminar rompiendo el suelo,
Moviendo la
cintura hasta cambiar vuestro centro de gravedad,
Moviendo el
culo hasta romperos el cuello.
Vamos a
entrar en los bares gritando: Míranos
Aunque no
creo que pudierais no hacerlo de todos modos.
Y cuando te
encuentre, mi poeta, sentado en esa barra
cerveza en
mano, voy a susurrarte:
Esta noche
voy a hacértelo hasta que te vacíes
Voy a
tocarte hasta el alma
Y voy a
comerte la boca, el cuello y toda tu
locura (empezando por tu cintura)
Eso es lo
que hemos aprendido siendo mayores.
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