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domingo, 31 de mayo de 2015

Llorar

Nunca me ha gustado hacer metáforas con el verbo llorar. Que una persona esté tan llena de complejos, rabia e impotencia que necesite desbordarlos por algún lado, es demasiado serio como para jugar con ello. Además, desborda por los ojos, el último resquicio de nuestra alma. Demasiado serio, desde luego.

Lo peor no es llorar, es el por qué lo has hecho y la sensación que te queda después. Cuando lloras por una persona, al menos puedes decirla todo lo que se te pasa por la cabeza, y gritas, y te enfadas, y le insultas. Y al menos consigues desahogarte a la vez que te desbordas. El problema es cuando esa persona se va,  por ti o por ella, para siempre o por un rato. Te quedas sola. Entonces surgen esas lágrimas que te desgarran por dentro, esas lágrimas que brotan porque no tienes nada mejor que hacer que llorar. No tienes nadie a quien reclamarle excepto a ti. Te entra esa sensación de impotencia y es que realmente no puedes hacer nada. Las cosas han salido así y ya no puedes cambiarlas, solo puedes desbordarte y esperar a que alguien le eche un chaleco salvavidas a tu propia desesperación.

Mirarse en el espejo después es horrible. A penas te reconoces a ti mismo, como si la pena te hubiera transformado en alguien frágil y bobo. Y de verdad te sientes así, frágil, bobo e impotente. La impotencia es de lo peor, en serio. Tienes los ojos hinchados como dos pelotas de billar (podría ser más fina, pero así lo decía mi madre así que a mí me parece tierno) y están rojos como tus mofletes, como si la fuerza que hay dentro de ti se hubiera refugiado solo ahí y esté esperando para salir. Seguramente también tus labios estarán abultados, resecos  y desgarrados. Si eres como yo, y tienes la costumbre de morderlos, quizás también estén manchados de sangre. Pero no te preocupes, sangre nos sobra, peor sería que estuviéramos derramando amor. Necesitarán muchos besos para sanar.  A lo mejor también tienes los nudillos desgarrados de mordértelos y darle puñetazos a la pared, o los dedos ensangrentados y desiguales porque te has comido y tirado todas las uñas de tus manos. En realidad, hay miles de manías para cuando uno llora y cada uno elige la suya. Como si no fuera suficiente desbordarse por los ojos y hubiera que hacerlo por todos lados.

Si cuando empezaste a llorar era de día, posiblemente será uno de los peores de tu vida. Estarás arisco, huraño y te encerrarás en tu habitación a intervalos. Porque esa es otra, el llanto no es un sprint, no viene todo seguido durante un par de horas y se va. Es más bien una carrera de fondo en la que hay que descansar cada pocos metros. Siempre he pensado que lo de llorar a ráfagas es porque nuestro cuerpo necesita descansar de tanta tristeza, llenarse de nuevo, y volver a desbordarla. Como si no pudiera hacerlo todo de una vez. Si era de noche posiblemente pases la noche en vela pensando, aunque con los ojos cerrados, porque todos sabemos lo que duelen los ojos después de llorar durante un rato. Yo, cuando lloro, siempre pido quedarme dormida cuanto antes aunque solo sea por el cansancio acumulado en mis ojos, que mis párpados caigan por exceso de pena. Eso es lo que os deseo a vosotros también.

Pero siempre hay un día siguiente. Y ni a mi mejor enemigo le desearía que despertase como se despierta después de un día y una noche de desesperación. A mí se me hincha la cara, y tengo que pasar quince minutos echándome esa mierda de maquillaje que odio pero que al menos se convierte en una máscara decente. Todos seguimos con los ojos hinchados, rojos y más pequeños. Y duelen, joder, parece que tienes agujas cada vez que bajas los párpados  o cada vez que los subes o cuando los dejas quietos. Todo le duele a tus ojos, igual que todo lo que pase en ese día te dolerá a ti. Estáis igual de sensibles. Los que tengáis que poneros lentillas porque como yo, no veis una mierda, sabréis lo que es el verdadero dolor. Los labios estarán aún más secos, posiblemente os los hayáis mordido en sueños, aunque la sangre habrá desaparecido. Solo quedan pequeñas costras que no tardaréis en arrancar. Puede que también os duelan los nudillos porque ayer los convertisteis en el centro de vuestra frustración, o los dedos si os arrancasteis las uñas con los dientes. Todo esto, como ya hemos dicho antes, depende de la manía de cada uno. Quizás también tengáis la mente embotada, confusa y seáis incapaces de hilar un pensamiento con otro. Curiosamente este es el mismo efecto secundario de una noche de pasión. Que puta ironía. Qué vida más puta en general.


A mí, me da por escribir gilipolleces como esta.  Y lo único que acierto a pensar, es que después de soltar esta parrafada no sé porque cuando alguien está triste llora. Si habrá una razón médica o biológica, o si solo necesitamos desbordar por algún lado.

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